martes, 3 de abril de 2012

Lógica

Uno más es nada menos que uno, ni más ni menos.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Treinta y Doce a la grande

Hoy me escribo yo, porque me lo debo. Porque hace mucho que no me digo las cosas a la cara, porque hace mucho que no me planto frente a frente conmigo
sin quitarme de delante hasta que levante los ojos para pensar qué más, y me responda, nada más. Hoy me dirijo a mí. ¡Prepárate corazón!

Tienes mucho a tu favor, tu vida, para empezar, con licencia B1 desde hace muchos años, pero te empeñas en seguir subiéndote por los bordillos. Inquietud, inconformismo, espontaneidad, el resto de la humanidad, qué más da, la realidad es que tu carpe diem siempre está jodido.

Claro está que, parar para saborear, te apagaría el modo multitarea en el que te hayas, y reconozcamos , por qué no, que tiene su punto. Divertido, productivo, extravagante, desbordante, delirante, aburrido. Todos son recursos, que hablando de relaciones sirven para llenar campos de futbol o abandonarte a tu suerte, y volvemos a empezar.

Treinta y doce a la grande querida, y aun sin pillarlas todas. Te elevas tanto tantas veces, que no te das cuenta que los que viajan en metro, también van rápido y más seguros. Que conviven con lo humano y ya sabes lo que dicen del cariño y del contacto. No espabilas, mejor dicho trabajas doble, te frustras triple, sufres siempre. Este es tu ciclo.

Deberías soltar lastre de tantas cosas, pero lo entiendo, los que somos como nosotras buscamos siempre volver a casa por Navidad, estar siempre en el centro de la plaza requiere, a ratos, ser el centro de tu soledad. Pero soltar lastre es sano, al menos de lo que te repite.

Llevo treinta y doce, creo que es bastante y hablo. Con permiso de mi alma intentaré reir más aunque suponga llorar menos. Seguiré volando porque prefiero lo vertical a lo horizontal, postura póstuma para la que ya habrá tiempo. Decidiré, cuando me dé la gana, ser el centro de atención desde mi rincón. ¿Mi Carpe Diem? Cero positivo y ¿el tuyo?

Treinta y doce a la grande, y paso.

jueves, 9 de febrero de 2012

Bidimensional

Que decepción, Mona, nuestro rincón no es lo mismo sin ti.
Tantos años pensando que sólo yo provocaba tu sonrisa.
Que tus ojos jugaban a no perderme de vista.
Hicimos de un sótano con pinceles nuestro hogar cautivo.
Que decepción Mona, al reproducir el código BIDI de tu ficha.
Y ver que tu nombre era Mona, tu apellido, Lisa.

lunes, 16 de enero de 2012

Cuestión de género

¿Y si la luna fuese hombre?...Me cuesta pensar que, siendo mujer, siempre esté preparada y esperando.

domingo, 9 de octubre de 2011

Olvidó Olvidarles

A mitad de ceremonia, se pronunció su nombre imponiéndose a la ovación de los allí presentes. Su hija, que sabía lo que se jugaba, le obligó a levantarse. Con rebeldía trazó, con saña, tres compases al aire. Uno, apartó la mano prisionera bajo la de su hija. Dos, se bajó la bragueta. Tres, se arrancó la pajarita que tiró al suelo.

Montera arriba. Sonrió con malicia sin saber bien porqué.

“…Su enorme contribución al mundo de las letras, fruto de su dilatada vida dedicada a….” leía el presentador.

No prestó atención al mensaje, ruido incómodo. En el escenario, de espaldas al público entregado a él y a su obra, buscó un rincón para mear, era en lo único capaz de concentrarse, en el fondo daba igual el resto. No sabía quien era, no sabía qué hacía allí, acompañado de una mujer que decía ser su hija y a quién él prácticamente no reconocía.

Siempre estaba sólo, en su silla, en su rincón demente y en blanco, donde le depositaron sin más ni menos un año atrás. Momento eterno, póstumo recuerdo de un mal instante que su mente proyectaba sin cesar. El resto de la vida se esfumó en vano. No fue difícil, olvidó todo salvo el despojo al que se vio sometido cuando le lanzaron a la puta calle por falta de pago. También allí era escritor aunque aún no hubiese sido descubierto por aquella influyente mujer, mecenas de tantos e ignorante de todo.

La historia es fácil de resumir. Escritor maldito, maldito escritor con miserias y arrogancia, excelente combinación para perseverar en el anonimato. Borracho de talento, cambiaba lágrimas por tinta en forma de palabras, escritos que hubieran llegado al alma de algún anónimo que acabaría sin comprar su obra. Así, sin dinero, sin su hija, sin memoria por causa de la alta graduación de su avituallamiento, firmaría un escritor depositado en el albergue de los artículos perdidos. Folio en blanco.

Queda claro que la vida siempre brinda un segundo acto, aunque sea el de la muerte. Así para nuestro amigo, aún sin cuerpo presente, pasaría a protagonizar su propia remontada.

Cuando la dueña de la casa, inquilino fuera, llegó a las pocas horas a dar el parte de daños, se encontró además de miseria con un rincón exhausto de tragedia. Un pequeño rincón cercano a la única ventana que iluminaba aquel tugurio. Los visillos se zarandeaban por el aire que entraba por las grietas de la madera, columpiando la bombilla que colgaba del techo. Probablemente el aire también era el culpable de tantos folios precipitados por el suelo, de vapulear el olor a aliento amargo, aunque no sería justo culpar a la corriente de las pilas de libros con páginas de rancio acetato, repisas de latas de conservas con restos mohosos, de cuchillos oxidados por la humedad o de cartones de vino barato que hubiesen reventado el hígado de un antílope.

Sobre la mesa, curiosamente un cuaderno abierto, una impecable Boheme de MontBlanc. De fondo, Coltrane y Dear Lord hizo aquel momento desgarrador.

Más con angustia que con asco tomó el cuaderno primero, luego los folios, se agachó para recogerlos uno a uno, libros, más escritos en servilletas, papeles higiénicos, folletos publicitarios…. Sólo quería irse. Su corte de amigos haría el resto.

Largo trabajo de recopilación, de corrección, de edición que llevó a la ansiada promoción de la obra de un escritor abandonado. Sus contactos no fallaron y garantizaron el éxito de las ventas. Nuestro miserable amigo tampoco.

Curiosamente tras las páginas sangradas por la Boheme, dueña de su propia obra, firmaba la prohibición de cualquier reproducción o difusión del texto sin consentimiento del autor. Como escenificando la maravillosa opera de Puccini, sólo él autor en su buhardilla parisina, podría decidir quemar sus textos en la chimenea. Fin del segundo acto.

Lo siguiente, mera rutina. El teléfono sonó dos veces, una mujer joven se reconoció con pereza como la hija de tal y sólo cuando certificó el objeto de la llamada, cambió el registro despectivo e ignorante de vinculación paterna, por tanto amor como pedantería por reconocerse encantada de recoger el premio acompañando a su amadísimo padre, al que por cierto tuvo que localizar la Guardia Civil, en un albergue cercano a la sierra.

“… Sus textos hacen crujir el corazón del más fuerte… sólo él ha sabido describir como nadie el amor a la vida…” continuaba el presentador.

Después de forcejear con él para evitar el despropósito fisiológico al que amenazaba, consiguieron ambos llegar a la posición deseada.

“…Recibamos con un fuerte aplauso a Samuel Liébana…”

Samuel levantó la cabeza con templanza, orientada hasta ese momento a la cremallera de su pantalón y hacia la cruz de esparadrapo negro que fijaba el centro del escenario. No sabía dónde estaba, el calor de los focos le estaba aturdiendo. Miró a la mujer que, de nuevo no reconoció. Hacía mucho que no escuchaba su nombre en público, pudiera ser el suyo. De pronto, el sudor se quedó frío, miró al frente, y frente a él, ubicó la escena de su desastre.

Un hueco negro plagado de cabezas con una boca abierta, tan grande y capaz de tragarse al mismísimo Saturno padre de su hijo, le recordaron el agujero del callejón donde fue expulsado la noche del desahucio, donde las sombras humanas que veía con dificultad a través de los ojos hundidos e inundados de sangre por los golpes recibidos de aquellos matones, podían ser incluso las mismas de aquel momento de algarabía, << Cabrones, seréis necios sin alma que vuestra expresión es indiferente bien insultéis bien celebréis. En ambas humilláis del mismo modo>> dictó la mente de Samuel, encontrando de pronto un sentido a todo que le hacía sufrir.

Había olvidado su nombre, quién era, qué hacía. En el albergue sólo necesitaba cumplir con la rutina de la supervivencia. Unos pocos conocidos, amigos en actos de fe. Había olvidado todo, pero olvidó olvidarse de ellos.

Su hija agradecía el premio en nombre de su padre, transmitía su ansia por recibirlo cuanto antes para “compensar a papá tanto como le debemos”. A la espalda la hija de su padre cruzaba los dedos, con ansia de querer, de tocar, de disponer de un cheque al portador cuyo destino pretendía sin vergüenza.

Samuel, padre de la criatura, también cruzó los dedos, miró de nuevo la montera y supersticioso recordó. Se precipitó hacia el presentador, recogió lo que le pertenecía, bajó del escenario y comenzó a caminar hacia la puerta de salida. Sólo como siempre.


Marzo, 2011
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domingo, 8 de mayo de 2011

Equidistancia

Cuando terminó de subir la calle, su decisión pesaba a favor de abandonarle.
Minutos más tarde, habiendo bajado por la acera de enfrente, iba, sin duda, a perdonarle.
Su corazón comenzó a latir al ver que la oficina de su amante estaba, justo, a mitad del recorrido
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jueves, 14 de abril de 2011

La realidad del mito

Quiso volver a entrar, al ver Fauno lo que había al otro lado del laberinto.
Canjeó el precio de la entrada, empleándose como Guía para las visitas.