miércoles, 27 de octubre de 2010

Educación Primaria

El crío pidió permiso y tomó asiento.
A su parada, sintió molestar de nuevo.
Se despidió.
Caso raro.

lunes, 25 de octubre de 2010

Cuestión de tiempo

Me llevó dos meses poner mi tarjeta en su mesa.
Tres tiempos a él, ponerla en la papelera.
¡Capullo!

domingo, 24 de octubre de 2010

¡Ay mi vida!


Vida, al fin un momento de calma.
Expiro, miro mi mano ajada, sonrío, inspiro.
¡80 años no es nada!

jueves, 7 de octubre de 2010

Mario Vargas LLosa, Premio Nobel de Literatura 2010



Así escribe un Premio Nobel...¡Enhorabuena Maestro!


"...Entiendo que usted corre tabla hawaiana en las encrespadas olas del pacífico en el verano, en los inviernos se desliza en esquí por las pistas chilenas de Portillo y las argentinas de Bariloche, suda todas las mañanas en el gimnasio haciendo aeróbicos, o corriendo en pistas de atletismo, o parques y calles, ceñido en un buzo térmico que le frunce el culo y la barriga como los corcets de antaño que asfixiaban a nuestras abuelas, y no se pierde partido de la selección nacional, ni el clásico Alianza Lima versus Universitario de Deportes, ni campeonato de boxeo por el título sudamericano, latinoamericano, estadounidense, europeo o mun-dial, ocasiones en que, atornillado frente a la pantalla del televisor y amenizando el espectáculo con tragos de cerveza, cubalibres o Whisky a las rocas, se desgañita, congestiona, aúlla, gesticula o deprime con las victorias o fracasos de sus ídolos, como corresponde al hincha antonomásico. Razones sobradas, señor, para que yo confirme mis peores sospechas sobre el mundo en que vivimos, y lo tenga a usted por un descerebrado, cacaseno y subnormal. (Uso la primera y la tercera expresión como metáforas; la del medio en sentido literal. )Sí, efectivamente en su atrofiado intelecto se ha hecho luz: tengo a la práctica de los deportes en general, y al culto de la práctica del deporte en particular, por formas extremas de la imbecilidad que acercan al ser humano al carnero, las ocas y la hormiga, tres instancias agravadas del gragarismo animal. Calme usted sus ansias cachascanistas de triturarme, y escuche, ya hablaremos de los griegos y del hipócrita Mens sana in corpore sano dentro de un momento. Antes debo decirle que los únicos deportes que exonero de la picota son los de mesa (excluído el ping-pong), y de cama (incluída por supuesto la masturbación). Ahora, podemos hablar de los griegos, para que no joda más con Platón y Aristóteles..."



Mario Vargas Llosa, Diatriba contra el deportista.

lunes, 4 de octubre de 2010

Navidades en Finlandia

No sería capaz de explicaros cómo Ramiro y yo hemos llegado hasta aquí, y no por falta de razones desde luego, sino porque encontrar una, sólo una razón, que aporte un poco de cordura sobre tantas otras, sería tan difícil como matar alguna de las pulgas que practican salto de longitud en la colchoneta que soporta mi magullado culo.

Ramiro y yo somos amigos desde hace 43 años, los dos tenemos la misma edad, nacimos en el mismo mes, en el mismo pueblo de Ávila, las cortinas bandoleras que cubrían la puerta de su casa se enrollaban con las cortinas bandoleras de la puerta de la mía. Es decir, vivíamos frente a frente.

A los 30 años, los dos decidimos viajar a Madrid, por eso de las posibilidades que te ofrece la capital. Ramiro, con su heredada genética peluquera, montó RU&LOS, que pronto se convertiría en la peluquería del barrio. Se casó con Sara, su oficial primera, tuvieron dos hijas. Hace cinco años, Sara les abandonó mientras pedían helados en «Coppelia», una heladería de Calpe, donde solían pasar sus vacaciones. Desde entonces Ramiro vive con sus RU&LOS, sus hijas y los pocos momentos de dispersión que le proporciona su Madrid.

Por mi parte, ni me he casado, ni creo en lo más remoto que piense hacerlo. Me gustaba Sara, pero como siempre, no era amor, sino el constante reto personal de «levantar» las novias a Ramiro, era mi deporte favorito. Pero a ella le concedí el indulto, sabía que a Ramiro le gustaba de verdad.

Por cierto, me llamo Tomás, soy propietario del bar del barrio y culpable de inventar tantas historias como mi orgullo y la gente que me rodea es capaz de soportar.

La que os voy a contar comenzó hace 15 días, precisamente con un «calentón» dialéctico con la barra de mi bar, plena de tortillas, pinchos de morcilla y panceta, como mediadora inerte entre Félix el tapicero y un servidor. El motivo, fardar sobre las vacaciones de Navidad de cada uno, y os puedo asegurar que mi entrenamiento para ganar el combate había sido exhaustivo. Ya os adelanto que gané por KO el primer asalto.

Me sabía ganador, me arreglé de domingo, con mi LACOSTE rosa con los cuellos levantados, mi cordón de cuero con el amuleto del mercadillo de Ibiza y mi melenilla bien peinada con cierto desorden en el medio de la raya. Acaparar la atención bien se merecía una loción de Cacharel.

-Sí señor, amigo Félix –repliqué soberbio-. Ramiro y yo nos vamos a cazar osos a Finlandia, todo está preparado. He leído que en tribus como la Kutenai, al Oeste de California, la ceremonia del Oso es rito de habilidad sexual y gran valor.

-¡Vamos anda! –respondió el tapicero -. Supongo que ahora me dirás que de eso Ramiro y tú vais «sobraos».

Como nunca me he llevado bien con la gente envidiosa, no mereció la pena advertirle que el mismísimo Rey es uno de los habituales en estas cacerías, con el que luego, en cena privada, se comparte foto con la piel del plantígrado de mantel.

Bien amigos, pues entre pieles, ritos sexuales y aromas de ganador, allí estábamos mi amigo y yo, en el grandioso aeropuerto de Vantaa, en Helsinki, construido para los juegos olímpicos del 52 como prototipo para todas las naves de Ikea del mundo.

-De verdad, Tomás, algo me dice que esto no va a salir bien, otra vez aquí – comentaba nervioso Ramiro-. Esto no me da buena espina, me trae malos recuerdos.

Debo deciros que no era la primera vez que Ramiro y yo aterrizábamos en Vantaa. Hacía cinco años, cuando Sara desapareció de su vida, quise regalar a mi amigo unas inolvidables vacaciones.

Imaginaos, el mejor hotel en la región de Helventijarvi, en pleno parque nacional, baños en la sauna finlandesa dentro de la nieve para que Ramiro activara su circulación y de paso su mente enloquecida por cuernos, soledad y exceso de responsabilidad. Y cómo no, el típico paseo en trineo de perros. Eran las 10.00 h. de la mañana, lo recuerdo perfectamente. Ni bullicio , ni agonías, sólo las zarpas de los Husky en la nieve, el trineo y nosotros. A Ramiro le entró pánico, el Husky comenzó a correr bosque a través, haciendo slalom con todo lo que encontraba en el camino. Ramiro era un objeto pelele zarandeándose entre la nieve, a momentos carambola con los troncos de los abedules, a otros con las rocas fragmentadas, para terminar tragando rabo de perro y pelos de la manta.

La cabaña del guardabosque estaba abierta, el perro en un ataque descontrolado entró en ella. En aquel momento el guardia, que salía disfrutando con la subida de su bragueta, se encontró de frente con la bocaza de un perro enloquecido que de un mordisco le arrancó la oreja izquierda.

Debo reconocer que las horas posteriores a la tragedia no fueron precisamente lo mejor de aquellas vacaciones.

-Calla de una vez, aquello ya pasó. En estas navidades todo va a salir bien -tranquilicé a Ramiro -.

Había contratado todo el viaje con una empresa especializada en aventura y cacerías. La Hunter Company, me habían dicho que era la mejor. A través de ella nos habíamos colado en una cacería privada, ya que en Finlandia los derechos de caza corresponden a los propietarios de las tierras. Los permisos de caza se autorizan por un guía local debido a que la caza de algunas especies está limitada. Precisamente este año la caza de osos pardos estaba limitada a 81 unidades.

-Mira Ramiro, fíjate en esa azafata rubia, no hace más que susurrarte su nombre –le advertí -.

-Tervetuloa –dijo amablemente la azafata dirigiéndose a nosotros.

-Ramiro Pedroso y Tomás Alcázar para servirla, señorita -contesté.-

-Tervetuloa -volvió a repetir señalando nuestros torsos.

Nos quedamos paralizados, aquella mujer se había fijado en nosotros.

-Por favor, la señorita les da la bienvenida en finlandés a la vez que solicita su pasaporte –nos advirtió un guía de la compañía.

-OK, OK – decíamos mientras buscábamos los libritos en cuestión e intentábamos recordar la dichosa palabreja que tan alto había hecho volar nuestra imaginación.

Nos dirigíamos hacia un mostrador donde habían depositado nuestras armas y con ellas el permiso de importación expedido, previo pago, por la policía local.

Por alguna extraña razón Ramiro comenzó a sudar, reacción fisiológica contraria a los 16 grados bajo cero que marcaba el termómetro de aquella aduana.

Todos los trámites en orden. La aventura comenzaba subiéndonos al autocar que nos llevaría al Parque Nacional de Nuuksio en la región de Etiäinen a 90 minutos de Helsinki. Eran ya las 00.30 horas, nos recomendaron dormir unas 5 horas, ya que al amanecer tendríamos la prueba de tiro que se realizaba en el propio hotel.

He de decir que Ramiro no pasó buena noche. Yo supuse que las cabezas disecadas colgadas en cada centímetro de aquella cabaña, aunque típicas no eran tan agradables como las fotos de las Murallas de Ávila colgadas en mi bar.

-Ramiro, coño, ¿quieres tranquilizarte? –le increpé. Reconozco que los cuernos te pongan de mala leche, pero intenta integrarte en el ambiente.

A las 6.00 de la mañana todo el grupo estaba en el campo de tiro situado al lado del complejo turístico. La prueba era sencilla, había que disparar unas dianas fijas y móviles desde una distancia de 75 metros.

Reconozco que las salidas a cazar liebres en el pueblo con mi padre, que las clases que había dado un par de semanas antes del viaje y tener de vecina a una funcionaria del Ministerio del Interior a la que llevaba invitándola a desayunar unos cuantos días para conseguir ambas licencias de tiro en España, habían resuelto con cierto éxito la situación. Contento con la prueba superada, me volví para dejar paso a mi amigo.

Ramiro estaba inmóvil, yo diría que amarillo, me temía lo peor.

-Amigo, te toca a ti –le advertí dándole el arma.

-No puedo hacerlo, Tomás, no sé disparar. No acertaría ni al Arco Iris.

-Pero… Pero, no puedo creer que no fueses a las clases de tiro que te contraté.

-Ya sabes –me respondió angustiado-. Yo estoy solo, he tenido mucho trabajo, las niñas han estado con los exámenes de la primera evaluación…

Ramiro me miraba confuso y arrepentido de estar allí.

-Está bien, no te preocupes, aquí está tu amigo para resolver la situación –le tranquilicé cogiéndole del brazo. Tú haz, exactamente lo que yo te diga. (Pensé por unos instantes.) Tírate al suelo, ¡tírate al suelo, deprisa! –le dije casi haciéndole una llave de judo.

-¿Qué haces? ¿Has perdido el juicio? -me contestó mientras se lanzaba cuerpo a tierra.

La gente de la Hunter Company se apresuraron al incidente.

-Tranquilos -les dije-. Ha sido una bajada de tensión, sin duda la noche solar del viaje le ha desequilibrado, creo que lo mejor será que vayamos al hotel a cambiarnos para comenzar la cacería. No se preocupen por mi amigo, es campeón de tiro de Piedrahita.

Nada hizo sospechar al grupo, mucho más preocupados por la salud de mi amigo y el color de su noche solar.

Ya equipados con lo necesario para adentrarnos en el bosque, el guía experto nos daba las últimas instrucciones en el lobby del complejo. A nuestro grupo le había correspondido cazar al último oso de los 81 autorizados en la temporada. Nos moveríamos juntos. Nos hablaba de olores desagradables, sonidos que debíamos evitar o utilizar como señal de que la presa podía estar cerca. Signos de zarpas en los troncos, huellas en las hojas secas… en fin, todo un ritual digno de tener en cuenta por todos.

Por cierto, en nuestro equipo de seis, conjugábamos dos franceses, dos portugueses y yo, ya que ni el Rey ni mi amigo estaban en aquella reunión.

De pronto, todos giraron sus cabezas hacia la escalera, el guía experto abría tanto sus ojos que bien se podía pensar que se había colocado dos linternas por pupilas. Me volví… Aquello era una visión, voy a intentar describirla.

Ramiro apareció enfundado en un traje seudo astronauta de color naranja . Era de una pieza y cubría desde el cuello hasta los tobillos, dónde se dejaban ver a presión unas botas de piel vuelta. En la cabeza, una gorra roja.

-El color naranja enfurece a los osos, Sr.Pedroso -dijo el guía con voz rotunda-. Pondrá en peligro al equipo .

-Lo siento, ya sabía yo que en algo me equivocaba, ahora mismo me cambio.

Ramiro, antes de volver abochornado a la cabaña, me reconoció que las prisas le habían llevado a adquirir el traje la tarde antes del viaje. Entró en una tienda especializada y pidió el equipamiento para la caza de temporada en Finlandia. Efectivamente, amigos, la caza de temporada en Finlandia es la del alce, cuyo equipamiento, por su color, podría haber inspirado a los mismísimos creadores de la bombona de butano.

A los diez minutos, Ramiro se encontraba de nuevo con nosotros, su atuendo probablemente le haría pasar algo de frío, sobre todo por los pies.

-¿Puedes explicarme qué tipo de calzado te has puesto para cazar un oso pardo? -le espeté un poco cansado.

-Qué quieres, he tenido que rajar las botas de piel vuelta para poderme quitar el traje de alce – ijo muy seguro de sí mismo-. Con las botas sólo he traído los «castellanos» que me regaló Paulita por mi cumpleaños, por si salíamos alguna noche a bailar. Por cierto, como no me los pongo nunca me van acribillando los juanetes.

Por fin estábamos en la ladera desde la que partiríamos hacia Tikankontti, la zona donde supuestamente el oso había dejado la última huella doce horas antes.

La subida no era empresa fácil. El sendero estaba pleno de hielo que minaba el camino de falsos suelos que cubrían charcos de agua congelada. A ratos ramas mojadas, a ratos nieve que ponía a prueba el mejor equipamiento de cintura para abajo.

Si para el equipo era complicado avanzar, para mi amigo era casi misión imposible, iba cantando línea en cada paso. Cinco resbalones por las suelas de tafilete, tres mamporros al intentar levantarse. Siete veces, siete, tuve que trincarle por la cintura porque sus lindos zapatos de Fred Astaire se hundían en la nieve como piedras en un soufflé. Y ¡bingo!, sí, amigos, finalmente cantó bingo.

Volví mi cabeza para recriminar, una vez más a Ramiro su falta de oportunismo respecto a su indumentaria. Pero para mi sorpresa, no para la del resto, ya que se habían distanciado unos metros mientras nosotros bailábamos algo parecido a un tango «agarrao», mi amigo, y espero que a este momento, amigo de todos vosotros, se encontraba practicando «pozzing». El figura había hecho diana en el centro de un gran charco helado, cubierto de hojas cuya gélida plataforma no había soportado los 103 kilos de peluquero, sumergiéndole en instantes en un pozo de un par de metros de profundidad.

Cuando por fin logré arrojar a la superficie a Ramiro, no con poco miedo de pensar en las consecuencias que para él iba a tener tanta mojadura, me apresuré a pedir ayuda al grupo. Pero no había grupo, ellos habían continuado con el desarrollo natural del recorrido. Naturalmente.

-Tranquilo, volveremos al punto cero como estaba establecido en el plan de contingencia –le dije intentando sosegar su tiritona-. Vamos rápido, antes de que el agua entre en el tuétano del último de tus huesos.

-Tomás, Tomás, ¿has oído eso? -lloriqueó entre dientes-.

Efectivamente, detrás de los dos árboles que flanqueaban el pozo, un sonido seco, corto, un roce entre dos materiales rugosos, un perforador «raaaaassshhh», heló la poca cantidad de sangre que debía quedarnos a 37 grados.

-Levanta el arma, colócate detrás de mí –le ordené, recorriendo con mi mirada toda la zona.

Sentí angustia, y el estúpido remordimiento tardío del porqué de aquella maldita fanfarronada con el tapicero. Era la primera vez que nuestras vidas estaban en real peligro. Estábamos solos, sin saber qué hacer. El grupo probablemente se encontraba a buen resguardo. No soy muy listo, pero lo suficiente como para comprender que donde Ramiro había hecho «pozzing», pudiera ser precisamente una trampa para osos, y si eso era así, la idea de poder estar en terreno enemigo cobraba mayor peso.

-No hueles eso –susurré-. El guía nos advirtió que un fuerte hedor fecal es signo incuestionable de que el oso está cerca. Parece ser que lo provoca su piel rozada cuando el animal presiente peligro- le expliqué a Ramiro, prácticamente entre arcadas debido al inmundo olor a mierda.

-Tomás, el olor es mío. El miedo y los arenques del desayuno van a hacer que prefiera morirme en este momento.

-Sepárate de mí, ¡por Dios!, con cuidado –exclamé volviendo mi cabeza hacia atrás.

Tan pronto me repuse, la escena me sorprendió. Una gran roca envuelta en agua, barro y nieve crecía en tamaño y se alzaba más de dos metros ante nosotros. Un oso, con el pecho pardo y herido, soltando el rugido más abrumador y feroz que había oído jamás, cerró mi mente y mis ojos al momento de correr hacia atrás tan rápido como pude, tropezando y maltratando mi espalda y mi cabeza con toda el maldito decorado de aquel trozo de bosque.

Ramiro tuvo tiempo de disparar por encontrarse unos metros retrasado. Yo no acertaba a ver qué había sucedido, todo era confuso.

-Aushtuffdek, invanjd lesftiot!!! Aushtuffdek, invanjd lesftiot!!! -fué lo ultimo que escuché.

Tras momentos de angustia y desfallecimiento, y comprobar que de ésta, mi alma aún no se separaba de mi cuerpo, perfilé la silueta de Ramiro al lado mío, llorando como un niño y haciéndome el boca a boca. Abrí los ojos y volví la cabeza. El oso estaba tirado en el suelo unos metros delante de mí. Un guardabosque, que para nosotros se apareció como el ángel de la guarda, estaba comprobando que el oso estaba muerto.

-Tomás, le he matado, he matado a un oso pardo -Ramiro gritaba, reía, lloraba, temblaba, y sobre todo, me abrazaba.

-¿De verdad está muerto? -pregunté-.

-Sí, mira, ese guardabosque nos lo va a confirmar. Venga, incorpórate, vamos a recoger nuestro trofeo.

El guardabosque, tirado al lado del oso, con un pequeño espejo arrimado al hocico del animal, y haciendo unos raros movimientos al lado de las orejas del plantígrado, parecía afirmar a su ayudante que aquel ritual confirmaba la defunción de aquella bestia. Llamaba la atención el mal genio del guarda y cómo increpaba a su ayudante a ponerse siempre a su derecha.

Finalmente se levantó afirmando con la cabeza que el oso estaba muerto. Se volvió a nosotros y de lo más profundo de mi estómago salió la mayor carcajada histérica que jamás pudieseis imaginar. A aquel guarda le faltaba la oreja izquierda, probablemente porque algún hasky del parque natural de la región de Helventijarvi en la que servía cinco años antes de ser trasladado al parque en el que nos encontrábamos, se la había arrancado de un mordisco mientras era capitaneado por un español a quien, sin lugar a las dudas, aquel sucedáneo de sheriff había identificado en aquel preciso instante.

Ramiro, embalsamado en sus harapos mojados, pringado con sus miserias de cuerpo para abajo, y sin sus mocasines, quedó inmóvil viendo como aquel personaje se acercaba a él con un papel de la mano.

-Vinders trubbikf menrkifgg, lsodeffiett abbbejetj inn Finnländ. Osdd ejter lodossht nuetjeijfokta. Troajjkt -decía mirando a nuestro guía, que había aparecido como un milagro.

-Nuestro grupo se había retirado al punto cero, por orden de la policía local. El oso que nos correspondía matar había sido acribillado por error, en la cacería del grupo americano. Ustedes han matado a la pieza 82 y eso está penalizado con la cárcel. –Nuestro guía continuaba: –No se preocupen, la Hunter Company ya ha iniciado los trámites para resolver la situación, pero esta noche deberán pasarla en el calabozo de la autoridad local, el guardabosque.

Desde esta colchoneta a rayas, mirando al techo de aquel pequeño calabozo con Ramiro a mi lado agotado por un exceso de hazañas, pienso en el tapicero, en el oso, y en mi dolida vanidad de ver cómo al lado de la Purísima, no estará mi foto con el rey, sino un certificado de expulsión de Finlandia amparado por algún artículo de su legislación que reproducido literalmente dice algo así como:

«Egsxpulsiaktion off Finnländ pojr iddiotans.»

Nota de la autora: Los textos en finés son más que libres, absolutamente inventados. Disculpen las molestias.
María Cabada
Madrid, Octubre 2010