miércoles, 1 de septiembre de 2010

Todo pasó en el aire

El momento era confuso, los ojos de Sebastián tardaban en abrirse más de lo normal, estaban soldados a las legañas , al pus de las heridas que dibujaban dos grandes agujeros en su cara y a los golpes , que perfilaban abultados, la silueta de un antifaz ensangrentado. Poco a poco iba recibiendo sombras que, aunque abstractas, muy a su pesar podía identificar. Corchos mugrientos, montañas de zapatos incrustados en barro y en heces de animales, restos de comidas mohosas, cartones vacíos de vino barato, fotos rotas, facturas abandonadas al destino. Por la ranura de la puerta de aluminio, el sol del mediodía lanzaba los únicos fogonazos de naturaleza viva de aquella caravana. En el exterior, el mismo silencio molesto de todos los días.

La reacción al tremendo hedor a ácido podrido le asfixió la garganta haciéndole encogerse súbitamente. Las náuseas a su propio vómito, se habían convertido en un eficaz despertador.

- ¡Vaya amigo! Esta noche ha sido buena – Dijo tan alto como su afonía y ronquera le permitían.

Sus torpes movimientos hacían entender la dimensión del dolor que tenía su cuerpo. Finalmente se puso en pie, la ayuda del retrete y del lavabo le permitió escalar su metro noventa, el mismo metro noventa que, un año antes, trepaba por la escalinata del éxito. Doscientos dieciséis escalones separaban la arena de una cúpula que parecía querer tocar todos los cielos del mundo donde la instalaban.

- Sebastián, ¿estás ahí? – preguntó Damien, el “Payaso de las mil caras”. Debemos partir inmediatamente, la policía no nos concede un minuto más.

Damien, tiró de la manilla y abrió la puerta con precaución. Como todas las mañanas desde hacía un año, saber lo que se iba a encontrar al otro lado, se había convertido en el único espectáculo de aquel circo.

- ¡Por todos los infiernos!- Exclamó Damien abalanzándose hacia él. ¡Deja que te ayude! Y cogiéndole, justo en el momento antes de que las rodillas de Sebastián le volvieran a traicionar, le empujó sobre el ajado sillón de terciopelo rojo.

Sebastián llenó sus pulmones de aire, volvió a toser. Su cara estaba desfigurada, aunque la realidad no parecía ser peor que otras veces. Su cuerpo parecía responder al fresco que entraba por la puerta que Damien no había tenido tiempo de cerrar.

- Te prepararé un café, toma, bebe agua – le ofreció Damien . Mientras, con la otra mano, le pasaba un pañuelo húmedo por la cara, limpiando los restos de una larga noche.

- ¿A dónde partimos “Payaso de las mil caras? – Preguntó Sebastián con ironía. No me gusta la que tienes puesta esta mañana, no me hace reír, ni me hace feliz, me angustia – le reprochó Sebastián tirándole el vaso de agua a los pies.

- Es la cara del dolor al ver tanto sufrimiento en mi mejor amigo- replicó Damien con voz triste y cortada. ¿Cuándo vas a entender que lo que sucedió no fue culpa tuya? Miró a los ojos de Sebastián.

El Gran Sebastián, el mejor trapecista del mundo en realidad se llamaba Nicolás. Su abuelo y después su padre abandonaban el mundo cediéndole tres cosas , el circo , el título y la soberbia de superar él sólo los ciento setenta escalones que los dos juntos sumaban para alzar la atracción principal del Gran Circo del Aire . No entendía la vida sin su gente, sus animales, sus lonas piramidales. Todos eran nómadas encargados de llevar el espectáculo a los lugares más importantes del mundo.

Cuando Nicolás fue alzado con el título de Gran Sebastián fue una ceremonia única, en un paraje tan divino como todos en los que el Circo del Arte se situaba. Pero esta vez estaba siendo él el verdadero protagonista. Cuando se enfundó en la capa brillante, con el nombre que le acompañaría en los mejores momentos de su vida, estaba dejando tras de sí la inocencia de la juventud, al aprendiz. Ahora, él era el responsable de mantener aquel mito, recibido y alabado por Reyes, Presidentes y por el mismo Papa. Aquella noche, en la Plaza Roja de Moscú, el joven Nicolás se convertiría en el Mayor espectáculo del Mundo. Sus brazos quedaron inmóviles, su cuerpo tembloroso se sentó en el “Gran sillón de terciopelo rojo”, insignia del Gran Sebastián. Alzó la cabeza, sonrió, sus miradas se fundieron en una, como siempre desde hacía dos años.

Marieta, tenía tres años menos que él, se habían conocido en la escuela de Circo de Kiev. Su amor por las alturas y el riesgo les unió inmediatamente en un trapecio. Ella era rápida, sus giros en el aire desafiaban cualquier ley física. Se convertía en una estrella fugaz buscando siempre desaparecer entre los brazos de Nicolás. Él, sin embargo era fuerte, preciso y con el valor suficiente para alcanzar, en cada salto un escalón más hacia la cúpula. Aquella noche, el nuevo “Gran Sebastián” no defraudaría. Ascendería doscientos dieciséis escalones para lanzarse al vacío en busca de su estrella fugaz, era su salto mortal .

Todo estaba preparado. El Gran Circo del Aire, iba a serlo más que nunca ya que el desafío había requerido cambios en la estética de la Pista Central. La escalinata del trapecio desafiaba la Cúpula Mayor , y ésta había sido eliminada. Hoy el trampolín del “Gran Sebastián” pendía del cielo. Todos los focos debían de prestar su energía para no robar un solo instante de emoción a aquella capa única que en breves instantes se arrojaría al vacío de un sueño sin red. Marieta, balanceándose con más fuerza que nunca, sabía que en el segundo “cuatro” de ese sueño , se soltaría iniciando un bucle de vueltas que terminarían fundidas al paso de Nicolás. En ese momento, sólo en ese momento, como un único cuerpo se agarrarían al balancín auxiliar que con exactitud científica bordeaba sus movimientos a escasos milímetros. Todo estaba preparado. Absolutamente todo.

-Damas y Caballeros. Niñas y Niños - advirtió Damien, el Payaso de las Mil Caras . Desde el cielo de Moscú, vuelve más arriba que nunca “El Gran Sebastián”. Eco, silencio, un único respiro. Tambores.

Nicolás controló su corazón, tragó el aire de las estrellas. Arrancó de su mente la mayor orden de fuerza capaz de controlar cada músculo de su cuerpo en aquel lanzamiento. “Plié”…uno, dos, tres. El trampolín expulsó al Gran Sebastián alcanzando la postura correcta. Su cabeza y sus pies formaban un arco perfecto con la arena. Había alcanzado la potencia adecuada. Era perfecto. Las bocas del público no podían cerrarse, no podían dejar de gritar. Marieta no miraba. El rigor del salto, tantas veces ensayado, controlaba cada movimiento.

Tres… y . Nicolás lanzó sus brazos con fuerza. Marieta ya había llegado. El impulso del balancín había sido el adecuado, pero arrastró con él el movimiento de un gran foco instalado esa noche, más arriba que nunca, para inmortalizar la unión de ambos en el aire. Nicolás se deslumbró.

Cuatro…Los brazos no se encontraron. Marieta cayó a la arena. La boca de la gente se cerró. Sus ojos, también los hicieron.

El Gran Circo del Aire vagaba sin sentido por pueblos y discretos lugares. Doce meses sin éxitos. Los artistas fueron abandonando al “Gran Sebastián”. El mismo se abandonó.

-Duerme toda la mañana, el café te hará bien. Te he dado un analgésico para el dolor, y te he limpiado los golpes- le dijo Damien con voz triste. Deberías volver a amar la vida Nicolás, se lo debes a ella. Descansa, yo voy fuera a encargarme de la policía, replicó cansado.

Cinco horas después, una serpiente de ruedas y polvo llegaba a un pueblo dormido, sin habitantes, sin alegría.

-¿Anunció el Circo por megafonía, señor? – preguntó Silvio a Damien.

-No, todavía no, los animales duermen- respondió acercándose a la caravana del Gran Sebastián. Se paró frente a la puerta de aluminio, tiró de la manilla con precaución. La puerta, arrugaba con su movimiento la capa brillante tirada en el suelo, humillando el esplendor de tantas noches de éxito a hombros del “Gran Sebastián”. Nicolás no pudo con ella.

La puerta se abrió, el rostro de Damien se congeló. El “Payaso de las Mil Caras” nunca pensó que la suya podría reflejar tanta amargura.
María Cabada
Septiembre, 2010